martes, 12 de noviembre de 2013

"Retrasados" que nos enseñan a amar

La fuente

He encontrado esta historia al buscar una imagen de Eva con el árbol de la sabiduría, en el blog: http://cosasdereli.blogspot.com.es/. Sea cierta o no esta historia, creo que merece la pena ser contada.

La historia

Hace algunos años, en las olimpíadas para personas con discapacidad de Seattle, también llamadas Olimpíadas especiales, nueve participantes, todos con deficiencia mental, se alinearon para la salida de la carrera de los cien metros planos. A la señal, todos partieron, no exactamente disparados, pero con deseos de dar lo mejor de sí, terminar la carrera y ganar el premio. 

Todos, excepto un muchacho, que tropezó en el suelo, cayó y rodando comenzó a llorar...

Los otros ocho escucharon el llanto, disminuyeron el paso y miraron hacia atrás. Vieron al muchacho en el suelo, se detuvieron y regresaron... ¡Todos! 

Una de las muchachas, con síndrome de Down, se arrodilló, le dio un beso y le dijo: "Listo, ahora vas a ganar". 



Y todos, los nueve competidores entrelazaron los brazos y caminaron juntos hasta la línea de llegada. El estadio entero se puso de pie y en ese momento no había un solo par de ojos secos. Los aplausos duraron largos minutos, las personas que estaban allí aquél día, repiten y repiten esa historia hasta hoy.

martes, 23 de julio de 2013

Tu valor

La fuente

Lo he leído en Facebook y me ha encantado. Tengo que compartirlo aquí.

La historia
Una profesora en clase saca de su cartera un billete de 20 euros y lo enseña a sus alumnos a la vez que pregunta: "¿A quién le gustaría tener este billete?". Todos los alumnos levantan la mano.

Entonces la profesora coge el billete y lo arruga, haciéndolo una bola. Incluso lo rasga un poquito en una esquina. "¿Quién sigue queriéndolo?". Todos los alumnos volvieron a levantar la mano.


Finalmente, la profesora tira el billete al suelo y lo pisa repetidamente, diciendo: "¿Aún queréis este billete?". Todos los alumnos respondieron que sí.


Entonces la profesora les dijo: 
Espero que de aquí aprendáis una lección importante hoy. Aunque he arrugado el billete, lo he pisado y tirado al suelo... todos habéis querido tener el billete porque su valor no había cambiado, seguían siendo 20 euros.
Muchas veces en la vida te ofenden, hay personas que te rechazan y los acontecimientos te sacuden, dejándote hecho una bola o tirado en el suelo. Sientes que no vales nada, pero recuerda, tu valor no cambiará NUNCA para la gente que realmente te quiere. Incluso en los días en los que sientas que estás en tu peor momento, tu valor sigue siendo el mismo, por muy arrugado que estés.

sábado, 13 de julio de 2013

Un cuenco para comer

La fuente

La leí por internet.

La historia

Había una familia formada por un hombre, una mujer, el hijo pequeño de ambos, y el padre de uno de ellos.

A la hora de comer, el abuelo sorbía la sopa y hacía ruido, cosa que molestaba a los jóvenes. Un día, el ruido fue excesivo, así que decidieron que eso no podía ser, no podía comer en la mesa con todos, porque además daba muy mal ejemplo al niño.



Le pidieron amablemente que se escondiera detrás del sofá y en el suelo comiera. El abuelo obedeció.

A partir de ese día, el abuelo siempre comía en su rincón para no molestar a los demás y no dar mal ejemplo al niño.

Un día, el abuelo, sin querer, tropezó, y se le cayó el cuenco de sopa, con tan mala suerte que se rompió.

Los jóvenes le reprendieron furiosos: ¡Tienes que ir con más cuidado! ¡Mira qué estropicio ahora!

Como el padre tenía trozos de madera y herramientas en el garage, porque le gustaba el bricolaje, decidió irse para allá. Hizo algo de ruido, ¡pim! ¡pam! ¡pum! Y al cabo de poco rato apareció con un cuenco de madera y se lo dio al abuelo.



El niño preguntó: Papá. ¿Por qué le has dado un cuenco de madera al abuelo, si nosotros comemos en platos de cristal?

El padre respondió: Así, si se le cae, al menos no se romperá, y tu madre y yo no tendremos que estar limpiando todo el estropicio.

El niño, sin mediar palabra, se levantó y fue al garage. El padre le siguió con curiosidad. Cuando el niño cogió un trozo de madera y empezó a ver cómo darle forma, el padre le preguntó: Hijo, ¿qué estás haciendo?

A lo que el niño respondió: Voy a ir preparando 2 cuencos de madera, para cuando mamá y tú seáis viejos, os tiemble la mano y no seáis capaces ni de sujetar el plato, para yo no tener que limpiar vuestro estropicio.

Entonces, el padre y la madre se avergonzaron y se dieron cuenta de lo que habían hecho. Le pidieron perdón al abuelo, le trajeron de vuelta a la mesa y le pusieron un plato normal como a los demás.