sábado, 8 de enero de 2011

El elefante encadenado

La fuente

He extraído este cuento del blog Mejoremos la educación. Mejoremos nuestro futuro. En él se explica que sale de un libro: Déjame que te cuente los cuentos que me enseñaron a vivir, de Jorge Bucay (libro que anoto en mi lista de pendientes de leer, por cierto).

La historia

Habíase una vez un niño muy curioso al cual le entusiasmaban los elefantes.
Sabiendo esto, un día su padre le llevó al circo para que pudiese ver a su animal favorito de cerca, e incluso, si era posible, acariciarlo.
¡Qué contento se puso Juan (que así se llamaba el niño) al escuchar la noticia!
Juan tenía nuchas películas y muchos documentales sobre de elefantes. Pero… ¿tocar a un elefante? ¡No podía creérselo!
<<¡Qué emoción!>>, pensó el niño.
Al llegar al circo, Juan y su padre vieron animales de todo tipo, y a gente que hacía unas cosas fascinantes, como manejar un monociclo sobre una cuerda o tragar bolas incandescentes.
Tuvieron que esperar un largo rato hasta que llegó la actuación que Juan más esperaba: la actuación de los elefantes.
Y la verdad es que ésta fue la actuación más impresionante que se había realizado aquel día en el circo… pero, más que fascinado, Juan llegó a su casa pensativo.
Había algo extraño en aquella actuación… y decidió consultarle a su padre la duda que tenía, para ver si éste podía aclarársela:
-Papá, ¿te puedo hacer una pregunta? –dijo Juan.
-Sí, Juan, dime.
-Si los elefantes son tan grandes y tan fuertes que pueden incluso romper árboles, ¿por qué no se liberan de las cadenas que les ponen en el circo? ¿Son unas cadenas más fuertes que ellos, o es que mienten las personas que hacen los documentales y las películas?
El padre de Juan sonrió.
-No, hijo; lo que ocurre es que, cuando los elefantes son muy pequeños, les ponen unas cadenas que no pueden romper. Ellos tiran y tiran, pero como apenas tienen fuerza porque todavía son pequeños, no logran arrancarlas. Más tarde, cuando crecen un poco y pueden destrozar las cadenas, se las cambian por otras algo más fuertes. El pobre elefante vuelve a hacer fuerza para intentar librarse de ellas; pero, como continúa siendo demasiado débil, vuelve a fracasar en su intento. Así, día tras día, intento tras intento, el elefante no logra romper las cadenas y ve mermadas sus fuerzas. Y, a medida que crece, siguen cambiándole las cadenas por otras hechas a la medida de su pata. De este modo, el elefante, cuando se hace mayor, deja de intentar arrancar las cadenas porque recuerda todas las veces anteriores que había fracasado en sus intentos, cuando en realidad ahora es cuando sí puede romperlas debido a gran fuerza.


Comentario

En ese blog se explica que este cuento sirve para ilustrar la indefensión aprendida: Si de pequeño te van enseñando que no eres capaz de hacer una determinada cosa, al final estarás convencido de que no puedes hacerlo y ni siquiera te molestarás en intentarlo.

sábado, 1 de enero de 2011

La arena de la playa

La fuente

Esta historia venía en un libro de esos que explican a los padres cómo educar a sus hijos adolescentes. Lo leí hace muchísimos años, en casa de mi abuela (a la que hace bastantes años que no voy). Es por eso que no recuerdo ni el autor, ni el título, ni nada más del libro. Lo único que podría decir es que, por algunos temas tratados en el libro, éste era para público estadounidense.

La historia

Una muchacha joven que iba a casarse en breve paseaba por la playa con su madre, charlando de cómo iba a cambiarles la vida a partir de ahora. En un momento dado, la muchacha le comentó a su madre que no sabía muy bien cómo conseguir que su marido permaneciera siempre a su lado sin irse con otras. La madre le dijo a su hija:

Toma 2 puñados de arena, uno en cada mano.

La muchacha obedeció a su madre y tomó un puñado de arena en cada mano.

A continuación, su madre le ordenó:

Aprieta todo lo que puedas la mano derecha, a fin de evitar que la arena se escape. Tienes que apretar muy fuerte, procurando mantener toda la arena dentro de tu mano.

La muchacha obedeció a su madre, y gritó, espantada:

¡Madre! La arena no se queda en la mano. Aprovecha cualquier resquicio para salir de la mano. Si sigo apretando, pronto no quedará arena en la mano.

Bien - murmulló la madre. Ahora, mantén la palma de la otra mano abierta con la arena encima, y dime lo que pasa.

La arena se queda ahí, no se mueve.

Pues ahora ya sabes lo que tienes que hacer si quieres mantener a tu marido siempre a tu lado.

Comentario

Creo que esta historia se puede aplicar a muchas relaciones humanas, no sólo entre la pareja, sino entre padres-hijos, jefe-empleados, amistades... Está claro que a nadie nos gusta que nos atosiguen, y si alguien lo hace, buscamos cualquier rendija para escaparnos.